Algo así me siento todos los días...

lunes, 8 de octubre de 2007

Coleccionando amantes de paso en las sábanas de un cuarto de hotel (Capítulo I)

Cierro la portezuela. Reviso mis bolsillos; todo en orden. El carro se aleja y yo vuelvo a quedar solo, como casi todas las noches. El dinero ya está en mi bolsillo y no le quito la mano de encima. Es como si fuera a desaparecer en el primer momento que lo suelte. Me costó ganarlo, sufrí por él… no quiero que se vaya.
Bueno… siendo totalmente honestos no sufrí del todo por este dinero. Sí, al inicio pasa… a la fecha todavía en ocasiones me llega a doler. Pero… si lo comparamos con el placer posterior… No, realmente no sufrí por este dinero. Pero a fin de cuentas es mío, no quiero que le pase nada.
Recuerdo la primera vez que me gané mi dinero. Lo sostenía casi con tanta fuerza como hoy. Habían sido ochocientos pesos. En eso momentos me parecía demasiado y no cabía en mí de alegría. Era tanta mi emoción que fui de inmediato a celebrarlo en un bar cercano pidiendo algunas copas. Vodka por supuesto, no pensaba brindar con algo más.
Me confortaba saber que podía tener más noches como esa, saber que podría ganar hasta más de mil o dos mil pesos en una noche si me lo proponía. Esa noche decidí detenerme a la primera sólo por celebrar, por sentir que lo había logrado. Pero la siguiente noche no sería así. Recordaba mientras tomaba mi segunda copa lo hechos de esa noche. La caminata nocturna, el carro, la plática previa, el viaje al hotel… lo demás.
Fue rápido, eso también lo agradezco. Al inicio me daba mucho miedo y prefería que terminara lo antes posible. Eso sin tomar en cuenta el dolor. Para mí, mientras más pronto me deshiciera de ellos, mejor. Me convino esa rapidez. A él le apenó. Por eso me dio más dinero, buscando compensarme. En parte me daba pena aceptar más de lo que había pedido, pero algo en mí me motivó. “¡Tómalo!”.
Sí, lo tomé y me fui. Al menos por esa noche. El lugar me había agradado y me decidí que volvería ahí a la siguiente noche, y la que seguía de esa, y así sucesivamente. Al poco se me hizo costumbre, me hice amigo del dueño, la convertí en mi habitación. Tomé una costumbre. Comprar rosas y dejarlas secar, barnizándolas después y dejándolas todas en un rincón de la habitación. Una por cada persona. A veces eran hasta dos o tres rosas por noche.No tardé en ir llenando el cuarto de rosas secas y barnizadas. Le daba un aspecto interesante y raro al cuarto, pero a mí me agradaba. Con el tiempo hube de necesitar un mueble especial sólo para mis floreros. Me negué a deshacerme de ellas a pesar de las quejas de Alejandro. No podía dejar que se deshiciera de ellas. Era como deshacerse de una parte de mí.

No hay comentarios.: