Algo así me siento todos los días...

jueves, 11 de octubre de 2007

Coleccionando amantes de paso en las sábanas de un cuarto de hotel (Capítulo IV)

El hombre me volteó boca abajo. Sí, ya sabía lo que venía. Me preparé mentalmente para ese momento. A veces me era sencillo, a veces era muy doloroso. Hacía poco no había tenido ningún problema, así que esperaba que en esta ocasión fuera igual. Sentí sus dedos. Sí, era mejor que lubricara y me fuera preparando poco a poco. Siempre facilitaba mucho las cosas. Y si eran fáciles, eran mejores para mí.
Y sí, lo hizo. Efectivamente, fue sencillo, sin problemas, sin dolor. Ahora me tocaba actuar. Entiendo perfectamente a las mujeres cuando se quejan de sus hombres, que no son capaces de satisfacerlas como debe de ser. Me pasa seguido. Sólo piensan en ellos, en su placer, en eyacularnos y dejarnos ahí. Este hombre no era la excepción. Yo sólo gemí y grité como suelo hacerlo, hacerle creer que es un tigre en la cama. Claro, no tardó en venirse y caer rendido. Salió y se acostó al lado. Yo me quedé como estaba, agradecido de que hubiera acabado ya. Después del típico elogio de lo bueno que había sido, y de responderlo de manera recíproca diplomáticamente, me levanté de la cama. Fui por mi ropa y me la puse. Me detuve a ver las rosas secas.
Cada rosa, un hombre, un cliente, un amante efímero. Era mi colección personal, mi colección de amantes. Quizá no podía tenerlos a ellos en una repisa, adentro de cajas de cristal o ni siquiera en fotos. Pero mantenía el recuerdo de cada uno por medio de esas rosas secas, tan secas como mi alma y la de ellos. Secas como los sentimientos que pudiera haber entre nosotros. Marchitas. Así me sentía en esos momentos. Moribundo, vacío, solo, desamparado. Nostálgico. Nostálgico de algo que no conocía, de algo que no recordaba, nostálgico por el simple hecho de estarlo. Mañana habría dos rosas secas más para mi colección. Dos amantes marchitos más que agregar a mi deprimente lista.
El hombre me habló, era hora de pagarme e irnos. Me quedé quieto unos segundos y le pedí mi dinero. Me quedaba en la habitación, necesitaba pensar un momento y descansar. Se sorprendió, era lógico. Argumenté que yo pagaría el tiempo extra, que no se preocupara. Ya no regresaría a trabajar esa noche, me iría a mi casa luego de estar ahí, pero que me dejara. Me miró extrañado, pero accedió. A fin de cuentas, no le importa en lo más mínimo lo que yo haga de mi vida. Una vez me entrega el dinero se acaba cualquier tipo de relación entre los dos, y volvemos a convertirnos en un par de extraños que jamás en la vida se han visto.Tomé el dinero, eran mil quinientos pesos. Lo miré sorprendido. Me dijo que había sido la mejor vez de su vida y que me dejaba un extra por eso y para una hora más del cuarto. No pude hablar; era la segunda vez en la noche que algo así pasaba. Cuando finalmente reaccioné sólo acerté a dar un “Gracias”, tartamudeando y bajé la vista. Guardé el dinero en mi bolsillo trasero. El hombre sonrió y salió de la habitación. Qué raro… dos veces en una noche, eso no me había pasado nunca.

No hay comentarios.: