Algo así me siento todos los días...

sábado, 8 de diciembre de 2007

Coleccionando amantes de paso en las sábanas de un cuarto de hotel (Capítulo VI)

Me senté en la cama a contemplar mis rosas. Eran muchas, tantas que no me atrevía a contarlas. ¿Cuántos amantes de paso tenía coleccionados ya? Obviamente no ponía rosa si repetía con alguno de ellos, de lo contrario, yo creo que habría el doble de rosas en ese lugar. Bueno, quizá no tanto, pero al menos sí habría mínimo unas cien más, es posible. No lo sé, pero también eran muchas. Me dio un escalofrío al pensar en números, era demasiado para mi cabeza. ¿Era posible que hubiera tenido tantos amantes en verdad? Habían pasado ya cuatro años desde que empezara en esto; sí, era posible tener tanto amantes.
Me recosté y miré el techo. Miré mi reflejo en el espejo que estaba ahí. Sí, era uno de los favoritos para los clientes; la fantasía de poder ver lo que hacen los excita aún más. A mí no me pasa eso, yo prefiero cerrar los ojos y fingir que no pasa nada. Es grotesco verse a uno mismo mientras lo estás haciendo. Aunque bueno, digamos que lo que yo hago tampoco es muy decente que digamos. Pero lo mantengo en lo más básico, ni fetiches, ni cosas raras, ni espejos, ni nada de eso. Soy conservador para estas cosas y prefiero que siga así.
En más de una ocasión me han propuesto cosas… un poco fuera de lo común. Generalmente no acepto, no me gustan para nada. Sólo dos veces accedí. Con dinero baila el perro, y la cantidad ofrecida era algo bastante interesante. Mil pesos más por una lluvia dorada. Bueno, era algo soportable, sólo debía bañarme después y asunto resuelto. Otra ocasión, fue un trío. Nunca había hecho uno y me daba miedo realmente, pero finalmente me armé de valor. Me ofrecieron casi tres mil pesos. No pude decir que no. Una vez dentro de este negocio, uno siempre se vende al mejor postor.
Abrieron la puerta. Me levanté y volteé hacia ella. Era Alex. Como siempre, me esbozó una sonrisa al verme y me saludó. Tan jovial como siempre, tan preocupado. Se acercó y se sentó a mi lado, dándome un beso en la mejilla al saludarme. Miró mis rosas. “¿No son muchas ya?”. Sí, quizá lo son. Yo le dije que no, que así estaban bien. Pero dentro de mí una voz me lo preguntó también. “¿No son muchas ya?”. Sí, creo que lo son… han sido demasiadas personas. De repente me siento sucio, bajo, vil, ruin, escoria. Me agazapo en mi lugar y mis ojos comienzan a humedecerse. Alex lo nota y me abraza.
Siempre me abraza, es su manera de decir todo y a la vez no decir nada. Me recargo en él y me hundo en su pecho. Siempre se ha mostrado tan cariñoso conmigo, siempre tan atento y tan lindo. Yo no sé qué hubiera sido de mi vida si no lo hubiera conocido. Quizá nunca hubiera tenido este cuarto especial sólo para mí, y hubiera terminado como cualquier puto barato cogiendo en donde fuere. Incluso en lotes baldíos o parajes solitarios en el carro del cliente. No es que sea malo hacerlo en el carro, ya lo hice una vez y lo disfruté, pero no es un lugar adecuado como para hacerlo varias veces.
Me pregunta qué es lo que me pasa. Yo no sé qué decirle. Lo pienso un momento. No, ni siquiera yo sé qué es lo que me pasa. Lo pienso de nuevo. Sí, es nostalgia, pero no encuentro el origen. Yo callo y el me besa la cabeza. No me insiste, pero sé que ese beso tuvo la doble función de tranquilizarme y de insistir en que le responda. Lo hago y le explico mi extraña frustración. Sí, es extraña y es frustración. Es algo que no entiendo y que me hace sentirme mal e incómodo. Miro las rosas nuevamente. Quiero vomitar. Me da asco verlas, asco ver en ellas el rostro de cada uno de mis amantes marchitos, de mis amantes efímeros, de mis amantes de paso. Me da asco el pensar lo que ha pasado en ese cuarto, me siento sucio, vil, bajo, sin valía alguna. Siento que sólo quiero morir en ese momento.

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